Saturday 14 September 2013

La literatura como tabla de salvación



Hoy voy a comentar la novela de un amigo, Guillermo de Miguel Amieva, abogado palentino y escritor, colaborador en diversas publicaciones y orgulloso y digno masón, que he leído en ebook, pues ya no es, por suerte, la literatura patrimonio de las grandes casas editoriales, y he descubierto que tan gratificante puede resultar leer a un clásico como la obra primeriza de un amigo, aunque las emociones que cada una despierte sean diferentes.

La conversación es una novela con un marcado cariz autobiográfico en la que el autor, en un ejercicio con reminiscencias unamunianas se propone estrechar las fronteras entre la realidad y la ficción, pues el mismo narrador, el autor, Guillermo de Miguel Amieva, es personaje, y además aparece desdoblado al encarnarse asimismo en otro personaje, Alejandro, su yo joven, aquel que él era en la Semana Santa del año 1992, cuando tenía 30 años y partió desde la Meseta hacia Las Palmas para realizar una última visita a su abuelo, Guillermo Amieva, de 86 años vegetariano imbatible y aficionado al budismo, que fue un noble ebanista de profesión, que no fue a la escuela pero que cuenta con La sabiduría de Occidente de Bertrand Russell entre los libros de su biblioteca, y con el que mantiene una relación entrañable desde que éste le regalara a los seis años su primer ajedrez. Alrededor de las partidas que jugaron se empezó a entrehilar el adiestramiento del nieto por parte del abuelo en el arte de la conversación, conversaciones por medio de las cuales pretendió prepararle para la ardua tarea de enfrentarse a la vida, dejándole como legado sus propios errores, para que el nieto no los cometiera a su vez.

Entre los consejos del abuelo está el fundamental de que no desaproveche la oportunidad de “vivir,” que quedó indefectiblemente plasmado en aquella última carta escrita por el abuelo que el Guillermo del presente ha recuperado, y que resulta el punto de partida de la acción, pero también la recomendación de que sea justo antes que bueno, y la voluntad del abuelo de que no se case, que Alejandro no escuchará, pues le vemos en 2011 felizmente casado y con dos hijas, la menor de las cuales, Blanca, se llevará consigo en su peculiar viaje a través del tiempo.

Pues un peculiar viaje en el tiempo articula la trama de esta historia, por el que el narrador, que no es otro que el propio autor, emprenderá acompañado de su hija un viaje desde la Castilla de la primavera de 2011 a Las Palmas de 1992, con el objeto de volver a revivir aquella última conversación con su abuelo, y de encontrarse con su yo más joven. El arte de la conversación se practicará a lo largo del relato a varios niveles. Está la conversación recuperada con el abuelo, la conversación que el autor mantiene con sus amigas de Facebook, y cuyas contribuciones se incorporan a la estructura de la propia novela, y, sobre todo, la conversación que el autor-narrador mantiene consigo mismo, que consigue salpicar la narración de auténticas perlas filosóficas, tal cuales está la siguiente reflexión que Alejandro se hace mientras conduce en dirección al aeropuerto de Madrid por las llanuras de Castilla: “la soledad es tierra fértil para el desarrollo del pensamiento y para descubrir las claves esotéricas que lo explican todo.” Ya en el aeropuerto, el Guillermo maduro nos demuestra su interés en profundizar en el conocimiento de lo real, al mostrar su desprecio hacia “aquellos que no saben ver las caras ocultas de la vida, esos reversos significantes que, como entre bambalinas, dejan el poso de lo que está un poco más allá.”

Así vamos descubriendo a un Guillermo de Miguel Amieva que es crítico con la sociedad española de su tiempo, a la que considera egoísta, poco cimentada en el propósito común, anclada en viejas creencias. Pero él basa su esencia en su espíritu, no en su pensamiento: “Piensa que el ser, nunca cambiante, no puede verse reflejado en el pensamiento, sino en el espíritu.” Es por esto que no es partidario de cambiar las instituciones mientras que no se produzca el ansiado cambio en las condiciones espirituales del pueblo. Con el paso de los años ha ido formulando ésta su pequeña filosofía existencial a un tiempo constructiva y escéptica, - al margen de las opiniones políticas del abuelo, comunista y republicano y luego seguidor de Felipe González, y de su padre, castellano católico y en un tiempo afiliado a UCD - y sin duda hondamente marcada por el poso de amargura que le produce la comprensión de que el sueño ilustrado de la humanidad se ha visto crudamente distorsionado por la violencia del siglo XX: “Lo que entendemos por vivir bien no deja de ser una exaltación de los derechos individuales, individualismo que Occidente ha llevado al extremo sacrificando la cohesión que toda sociedad debe tener en torno a un objetivo que supere el propio egoísmo.”

Esta revivida última partida de ajedrez con el abuelo sería el preludio al comienzo de la vida madura de Alejandro, el Guillermo de 1992, y sirve como punto de partida para la reflexión vital: “Vivir es recuperar lo que fuimos para proyectarlo a lo que seremos, recomponernos cada mañana sabiendo quiénes somos.” Sobre esta conciencia del esfuerzo que supone construir la propia identidad a través del tiempo se construye su idealismo escéptico. Su conclusión al problema del sufrimiento en la vida se resuelve mediante la conciencia de la necesidad del desapego. Si la vida es un tablero de ajedrez, acaban por razonar los personajes, la solución está en separar el movimiento en el tablero del propio sentimiento.

2 comments:

  1. Querida Lorena, gracias por tu comentario que te comento, a su vez, desde la soledad del despacho, esta prisión en la que me encuentro.

    La verdad es que has reflejado la práctica totalidad de la novela en pocos párrafos entresacando los simbolismos y las enseñanzas filosóficas que la misma desprende. Quizás se te ha olvidado algo que a mi modo de ver resulta importante y muy trascendente en la vida que mi generación ha experimentado. Se trata del cambio experimentado por la mujer en las últimas décadas, el cual se plasma por la intervención culta y preparada de mis amigas de facebook que intervienen en tiempo real en la novela. El escritor se encuentra, así, en una especie de punto de encuentro entre el pasado de la relación vivida con su abuelo y su padre, la cual fue enteramente masculina, y el presente representado por las mujeres de su generación que intervienen. Es algo que me parece importante constatar porque marca una diferencia insoslayable con el pasado.

    También queda la parte ficticia de la novela que se corresponde con la dueña del tiempo, historia paralela que no deja de representar la vieja ensoñación que tiene el hombre de querer dominar a Cronos. Ha dominado el espacio, cierto es, el planeta lo ha reducido a su dominio e incluso puede colmar distancias en poco tiempo (lo cual no deja de ser una manera de dominarlo), pero no puede detenerlo a su capricho, ni amarlo, como hace Noelia.

    En definitiva, gracias por leer LA CONVERSACIÓN, una novela lanzada al mar de la literatura sin que sepamos muy bien dónde acabará. Y gracias por glosarla junto a libros que merecen, en cualquier caso, más crédito y gloria que el mío. Un abrao

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  2. Muchas gracias por tu comentario, Guillermo. Si bien es cierto que ha habido aspectos de la novela que me he dejado fuera del tintero, mi intención precisamente cuando escribo mis reseñas raras veces se centra en intentar abarcar la totalidad de las obras. En ocasiones lo hago, esas reseñas se relacionarían más con la crítica literaria - una reseña de ese tipo es la de El ruido y la furia, de Faulkner, pero muchas otras veces simplemente pretendo acercar unos comentarios introductorios sobre las novelas, que sienten las bases de lo que el lector se va a encontrar si emprende la lectura. Y debido a que tu novela es tan autobiográfica no pude evitar sentir que lo más importante de La Conversación era ese acercamiento a ti mismo. Te agradezco mucho tu comentario. Un abrazo.

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