Sunday 13 October 2013

Adiós a la Infancia


El trasfondo de la excelente novella de Marguerite Duras, El amante, es la precaria existencia de una familia de colonos franceses con pocos medios en la Indochina (actual Vietnam) de los años 30 del siglo pasado. La peripecia relata la manera en la que la protagonista, cuyo nombre nunca llegamos a conocer, consigue librarse de un destino poco propicio en Saigón, mediante una temprana relación sexual con el hijo de un millonario chino en la que se pone a prueba su capacidad de hacerse valer de su precoz intuición de sus armas de mujer. Ella tiene quince años y medio solamente cuando atraviesa el Mekong en un transbordador que va de Vinhlong a Sadec, llevando puesto un vestido blanco casi transparente, unas sandalias doradas de tacón alto y un sombrero rosa de hombre con una cinta ancha.

Esta imagen actúa como una visión poética recurrente. La novella está estructurada en una serie de fragmentos cortos introspectivos en los que los recuerdos de la narradora sobre un episodio crucial que marcaría un punto de inflexión en su vida, se desarrollan bajo el prisma de un inquisitivo sentir filosófico de gran lirismo.

Hasta cierto punto se trata de la historia de una justificación personal. La narradora, desde una edad que ya suponemos avanzada, se propone devolvernos aquella imagen que ella tiene de sí misma; como si alzase un espejo milagroso al pasado, en la novella se suceden una serie de estampas, escenas sólo parcialmente desarrolladas, intercaladas con comentarios dolientes por la amargura a la que la induce la memoria de un tiempo ya lejano pero que fue determinante para su formación como ser humano y como mujer.

La familia de la narradora reviste una gran importancia en su relato y conforma el marco en el que se desarrolla su ritual de maduración. El padre ya ha muerto cuando los hechos más relevantes de la historia tienen lugar. La madre, directora de una escuela en Sadec, parece permanentemente al borde de la locura, una locura amenazadora para los tres niños, que no tienen otra figura familiar, y una locura ante la que la narradora es la única de los tres con la capacidad de sentirse responsable y útil. El hermano mayor es el predilecto de la madre, pero es violento e irresponsable, despilfarra el dinero de la familia y es incapaz de ganarse un sustento hasta los 50 años. El hermano menor representa la indefensión y la infancia. Es con él con quien más se identifica la narradora, siente la necesidad de protegerlo. El hermano menor, que acaba muriendo de una bronconeumonía, representa aquella parte de sí misma que necesita ser rescatada.

El enfrentamiento del abusivo hermano mayor con el menor, que reviste el papel de víctima, constituye una dramatización del rito de paso que experimenta la niña fuera de casa, en un apartamento en la parte más sórdida de Saigón, entregada al placer de su frío descubrimiento del sexo. Es así que ella mata su infancia e ingresa en la edad adulta, aquellos rasgos de su carácter que se enfrentan al ambiente aniquilan a sus rasgos más débiles. El hermano menor es matado por el mayor. La niña por la mujer.

Se desliza entre las líneas de la novella una sutil sugerencia de que las cosas no pueden ser de modo diferente a como ocurren. Albergamos en nuestro interior las posibilidades todas de aquello en lo que vamos a devenir, igual que la narradora a sus quince años y medio, justo antes de conocer al que sería su amante, guardaba en las líneas de su poderoso rostro los rasgos del deseo. Pasado, presente y futuro se entrelazan en la historia de la vida, pues somos aquello que fuimos, y no seremos más que aquello en lo que no podremos evitar convertirnos.

Y, sin embargo, a pesar de este aparente determinismo que envuelve la narración, la historia es en gran medida la celebración de una opción personal por la que la niña se desmarca de sus compañeras en el pensionado, que aspiran con suerte a convertirse en enfermeras, y en la escuela francesa, donde su predilección parece que se decanta más por el francés que por las matemáticas – su madre quiere que saque unas oposiciones de matemáticas.

Finalmente será escritora, en Francia, lo que la capacita para contarnos la historia de cómo se convirtió en ella misma desde la intención de reflejar los “periodos ocultos” de esa misma historia. Una historia sin centro, que no se sucede en un camino ni en una línea, pues no es ésta la naturaleza de nuestro vivir, sino la recurrencia.